lunes, 15 de agosto de 2016

A Dios pongo por testigo

Fue complicado irme sin decir adiós.
Un mensaje en el móvil que leerías al despertarte fue nuestro último contacto. Aun no creyendo yo misma lo que estaba haciendo cerré la puerta y me fui en silencio. Recibí unos cuantos mensajes tuyos, en los que de tuve que armar de valor para no responder. No los supe leer en aquel momento,  hoy si. No había un te quiero escondido,  había una necesidad que cubrir. No había una tristeza de fondo,  había una rabia de un ego herido. Pude leer,  ya en la distancia que el tiempo proporciona, como fui el objeto de tu deseo,  el juguete al que poder romper una y otra vez, porque siempre se recomponía. Me sentí cosa... Me sentí menos que nada.
Y aun así esperaba ese mensaje que dijera "te quiero". Nunca lo hubo.
Hubo mensajes aspiradora, esos supuestamente erróneos, que tenían otra destinataria pero que casualmente y por error me enviaste a mi. Hubo el juego de las horas durante meses,  hubo el juego de los perfiles, existieron las especulaciones por ambas partes,  me gusta pensar así,  aunque se que solo fue unilateral....
Ha pasado tanto tiempo y aunque nos recuerdos se matizan, las heridas no terminan de cerrar. Los huracanes destruyen todo lo que encuentran a su paso y eso fue lo que tu hiciste con mi vida. Lo destrozaste todo. Ni siquiera me permitiste salvar mi alma.
Cada día,  dedico horas a recomponer todos esos pedacitos,  a intentar buscar donde encajaban. La pena ha empezado a salir por la ventana pero en los días grises se asoma para advertirme de que aún me ronda,  al igual que los recuerdos...
Y el adiós,  aunque definitivo,  no borró tu presencia en mi, no hizo que dejaran de retumbar tus palabras cual aguijones de avispas, inyectando culpa en cada poro de piel.
Y como dice la película,  a Dios pongo por testigo,  de que acabaré con el último de tus recuerdos...
Lua.©

No hay comentarios:

Publicar un comentario